viernes, 15 de agosto de 2014

20th Century Yo

Cuatro paredes blancas. Un techo para proteger. Un suelo para sostener. Un teclado en el que las letras "s" y "d" se han extinguido, víctimas del rigor del paso del tiempo. Un hombre sentado frente a una pantalla que ilumina su rostro. Con el torso desnudo, en ropa interior, con una indumentaria con la que se sentiría vulnerable en el mundo exterior. Pero hoy no hay mundo exterior. No a las 1:18 AM. A esa hora, un día cualquiera, su resto del mundo es su ordenador, esa ventana irreal al mundo real.

Puede sonar egocéntrico y si atendemos a su definición lo sería, pero el centro de mi mundo soy yo. Los demás son actores que pasan por la película de mi vida, así como yo soy un mero actor en la producción de los demás. Podrán ser maravillosos intérpretes o los Sylvester Stallone de mi vida, pero me guste o no, las palabras "The End" aparecerán cuando yo desaparezca. Sin embargo, para el mundo no soy más que un pequeño engranaje en su maquinaria. Si me pasara algo, los que me quieren sufrirían, pero la Tierra seguiría girando en torno a su eje y el Sol. Por tanto, cierro mi puerta al mundo hasta que termine este escrito. No sé cuánto tiempo me llevará, principalmente porque ni siquiera sé de qué voy a escribir, pero de lo que puedo estar seguro es de que el mundo subsistirá sin mí durante ese tiempo.

¿Quién soy yo? Buena pregunta. Es complicado de decir, ¿no? Si atendemos a mi DNI está muy claro, ahí viene todo bien escrito, hasta dónde vivo. ¿Pero eso soy yo realmente? Si preguntas a un hombre en concreto, te dirá que soy uno con quien iba a clase. Otro, que un chico al que le gusta nadar. Otra, que unas letras en su pantalla que deberían ordenarse durante más frases seguidas que las necesarias para sus conversaciones por Whatsapp, ya que cuando lo hacen suenan talentosas. Para otro, seré el hijo de la Paqui, la de la señora Anita. Lo dicho, actor en la vida de otros. Para mí soy un buen chico, que sólo quiere ser feliz y que le quieran tanto como él lo hace a los que cree merecedores de su amor. Lo demás es secundario.

¿Cómo me siento? Ésa es fácil. Confuso. ¿Por qué? Pues tampoco lo tengo muy claro. Supongo que no sé qué camino tomar. Sé dónde quiero llegar, pero no cómo hacerlo. ¿Todos los caminos conducen a Roma? Mentira. Que le pregunten a Thelma & Louise. Algunos caminos conducen a Roma, otros al abismo (bautizando como tal al fracaso en los objetivos marcados).

¿Y mi objetivo cuál es? Muchos, pero el que me tiene intranquilo es que, como la mayoría de los seres humanos, me gustaría que mi vida fuera una co-producción. Pero no a cualquier precio, he cuidado demasiado cada uno de los planos de mi película hasta ahora para dejar que cualquier directora de medio pelo me la arruine. No sé si será una obra de arte al final, pero es mi obra y no quiero que nadie la estropee. Hace años, llegué a un acuerdo con una directora muy prometedora, con buena presencia, curriculum y muchas ganas de trabajar conmigo y fusionar nuestras creaciones. No funcionó. ¿El problema? Mi película era una comedia y la suya un drama. Y como las comedias rara vez resultan galardonadas en los Oscars o ceremonias similares, fue convirtiendo la mía en un drama, como la suya. ¿El resultado? Nunca se acabó la co-producción. Diferencias insalvables llevaron a la ruptura del acuerdo.

Y vino un tiempo malo, de pesimismo. Afortunadamente, hice mías las palabras de Rabindranath Tagore: "No llores por haber perdido el Sol, porque las lágrimas no te dejarán ver las estrellas". Y tras darme cuenta de lo sabio que era el maestro Tagore, concluí que lo más sensato y sano era dejar atrás el pasado. Lo único que existe es el presente (ya que nunca alcanzaremos el futuro), así que seguí con mi casting. Y nadie pareció cumplir los requisitos mínimos. Como anteriormente he mencionado, una elección equivocada puede echar por tierra todo. Y resulta que a través de la pantalla de mi smartphone ha ido entrando virtual (puesto que contacto real apenas hay) y paulatinamente en mi vida alguien con mi misma visión del mundo. Una persona que quiere hacer de su vida una comedia musical, en la que los personajes se levanten sonriendo y donde se pongan a cantar repentinamente sin importar si se encuentran en una Gran Vía abarrotada de gente. Una persona que quiere hacer de su vida una de esas películas de humor inteligente, una de esas fábulas en las que es posible narrar lo maravillosa que es la vida incluso viviendo dentro de un campo de concentración. Una de esas películas en la que los sentimientos, lo que hay dentro de las personas son lo que más importa, donde los actores no son perfectos modelos con sonrisas resplandecientes y gomina en el pelo, sino que nos transmiten sus emociones con su arma más poderosa: su mirada. Una de esas películas en las que el público deja el cine feliz para el resto de su, tal vez hasta entonces, miserable día.

¿Y si dijera que yo he imaginado esa misma película en mi cabeza? ¿No convertiría a esa persona en la ideal? ¿No merecería la pena incluso dejar el rol de co-director/co-productor, puesto que sabes que el film está en buenas manos y pasar a ser simplemente ese actor protagonista de su película, que se pasa la historia repitiendo a su partenaire la frase: "¡¡¡buenos días princesa!!!"? Pues no es tan sencillo. Cualquier productor que se precie, hace sus propios castings y quizá no des el perfil que se está buscando en ese momento. En las primeras audiciones de esta directora siempre he escuchado las palabras: "Muchas gracias. Le llamaremos". Es desalentador. Hasta el punto de preguntarte si merece la pena intentarlo una y otra vez. Tal vez pueda ser incluso molesto tener que estar rechazando al mismo aspirante una vez tras otra y es por eso que no sé si está bien arriesgarme a atenuar la luz de la fotografía de la película con mi persistencia. Tal vez sería mejor que hubiera un número de audiciones limitadas y la directora dijera de una vez si estás malgastando tu tiempo al 100%, que preferirá a otro a pesar de mi convencimiento de ser el idóneo para el papel. Pero nunca sabes qué es lo mejor.



Ése es el resumen de mi confusión: soy feliz. Quiero encontrar una persona que me haga serlo más aún. Creo que alguien a quien conozco sólo ligeramente aún reúne los requisitos. ¿Invertiré todo el tiempo que haga falta en reafirmar esas sensaciones? Estaré encantado. ¿Con esto molestaría a esa chica? No lo sé, pero me dolería mucho incordiarla. ¿Tendrá ella alguna opinión siquiera similar a las mías a este respecto o pensará que he perdido el norte? No lo sé.

Demasiados "no lo sé". Sólo sé que desde mi experiencia, la única manera de conocer totalmente a una persona es hacer el camino de la mano. Y si no, siempre se puede desandar lo andado en caso de error.

Nadie dijo que el negocio del cine fuera fácil.