viernes, 23 de octubre de 2009

¡Qué bello es vivir!

Lo sé. Hoy no es 9 de octubre. Hoy no es mi cumpleaños. Pero es hoy cuando estoy echando la vista atrás y haciendo balance de estos 30 años. Y no lo estoy haciendo solo, me acompaña la voz de ese ARTISTA (sí, con mayúsculas) que descubrí por casualidad haciendo zapping, en uno de esos programas de "talentos", llamado Nauzet. Pues resultó que este chico lo tiene a raudales y como siempre en este país, eso no es sinónimo de éxito. Esto no es el motivo de este post, pero era de justicia que lo mencionara. La canción siguiente está sonando ininterrumpidamente, marcando el tempo a estas líneas. Las pulsaciones de las teclas de mi pc parecen sonar musicales al escuchar la melodía interpretada al piano. Mi escritura sólo se ve interrumpida por la obligada pausa para apretar de nuevo el botón del play. Parece ridículo, pero en su letra estoy seguro que encontraré la calma y la ambientación necesaria para expresar todo eso que quiero compartir con vosotros o, en el caso de que nadie me lea, para ayudarme a mí mismo a averiguar en qué parte del camino estoy.



Treinta años. Treinta años de satisfacciones y sinsabores, de éxitos y decepciones, de alegrías y tristezas,... ¿Un balance? Sé que no he dado todo lo que tengo dentro de mí. Me he quedado muy lejos de alcanzar la plenitud de mi potencial. Debería haber aprovechado más mis escasos talentos, pero por momentos me he conformado con pasar por la vida siendo feliz. No he buscado mi verdadera realización como individuo y por supuesto, y como la mayoría de las cosas en esta vida, que no vienen solas, ésta tampoco lo hizo.

En general, he sido feliz. No puedo quejarme de mi entorno. He tenido la suerte de nacer en un país donde el sistema y el estado de bienestar funcionan. Siempre he tenido las necesidades básicas cubiertas, nunca ha faltado un plato de comida en mi mesa, he tenido acceso a una educación (la escolar, que me formó como parte útil del sistema, y por supuesto, la familiar, que me convirtió en una persona), he tenido los tratamientos médicos necesarios para cualquiera de las dolencias que he sufrido a lo largo de estos años,... En fin, soy tremendamente afortunado por mi entorno.

He conocido el amor. He sabido lo que es ser amado sin corresponder. He sabido lo que es amar sin ser correspondido. He sabido lo que es amar y ser correspondido. Y por supuesto, he sabido lo que es ser correspondido y luego rechazado. ¿Qué es más duro? ¿Decirle a una persona que sus esperanzas de algo en común contigo nunca serán realidades? ¿El que sean tus ilusiones las que se vengan abajo? ¿El miedo a perder a la persona amada? ¿O la realidad de perderla?

He conocido el más fuerte de los amores. El amor incondicional. Ése que hace que algunos estemos seguros de la existencia de algo enlazado al cuerpo por un hilo muy fino y que la mayoría de la gente (entre los que me incluyo), llama alma. Descartes se atrevió a identificar ese nexo de unión en la glándula pineal. Permítame que le lleve la contraria, maestro. El alma está en el ombligo. Ahí empezo todo. Ahí estabamos unidos a nuestras madres. Esa conexión entre madre e hijo. El alma es compartida hasta el instante de cortar el cordón umbilical. En ese preciso momento, madre e hijo nunca más serán uno, serán dos individuos, pero sus almas estarán conectadas para siempre. Ese amor es el amor incondicional. Tus padres te querrán aunque seas la peor persona del mundo. Te defenderán cometiendo perjurio si es necesario en un juicio en el que eres acusado de crímenes contra la Humanidad. Darán sin dudarlo su vida por la tuya. Algún día quiero tener ese sentimiento instintivo dentro de mí. Convertir lo que parece irracional en lógico.

He llorado. Mucho. Hoy mismo, sin ir más lejos. Sigo sin ser capaz de ver una noticia en la que un joven con una hipoglucemia se desmaya en el metro y los vigilantes le sacan a la calle pensando que es un drogadicto. Dos horas después, una persona le vio tendido en el suelo y avisó a una ambulancia. Demasiado tarde. No lo superó. Sus familiares recibieron unos 30.000 euros en compensación. El día que deje de llorar al escuchar cosas como ésas, me plantearé en qué clase de persona me he convertido. Prefiero ser extremadamente sensible, a ser un robot.

He reído. A veces yo solo. A veces de manera cómplice con otra persona. A veces sin saber realmente el porqué. Incluso en ocasiones de otra persona, pero esto último, creedme, no volverá a pasar.

He sentido vergüenza. Esa vergüenza que se siente cuando eres un adolescente y le dices una chica lo que sientes por ella. Esa vergüenza de sentirte ridículo en una situación comprometida. Esa vergüenza provocada por tus propias inseguridades.

He tenido miedo. Miedos fundados. Miedos infundados. Miedos que me han atenazado. Miedos que he afrontado. Miedos que me han hecho sentirme pequeño. Miedos que me han hecho crecer como persona, en definitiva.

He cantado. He cantado en la ducha. He cantado en el trabajo. He cantado con mis amigos. He cantado para la persona amada. Nadie que no cante puede ser feliz. Analizad eso. ¿Cantáis habitualmente? Si no lo hacéis, algo falla. En mi opinión, el canto es la mayor expresión de felicidad inconsciente que puede mostrar el ser humano.

Me he perdido por diferentes lugares del mundo sin más presión que vivir mi momento. ¿Es caro un viaje? Muchos dirán que no te llevas nada físico del mismo. Mejor te compras una tele de plasma con ese dinero, que te va a durar años. Yo les contradigo. Un viaje es una mejor inversión. Tiene una doble vertiente. Por una parte, disfrutas del mismo. Olvidas el trabajo, los problemas, liberas tensiones. Por la otra, vuelves un poco más adulto de lo que lo eras cuando te fuiste. Es una experiencia vital. Todos mis viajes me han hecho subir un peldaño en las escaleras del aprendizaje de la vida. No cambiaría ninguno por el mejor de los avances tecnológicos para mi salón.

En definitiva, he vivido. Todas esas cosas son las que nos humanizan, las que nos hacen sentirnos vivos. No puedo imaginar un hombre que no haya sentido todas estas cosas. No quiero imaginarlo. Frank Baum lo reflejó en su obra "El mago de Oz" y más concretamente en el personaje del hombre de hojalata. ¿Qué es una vida sin sentimientos?

Gracias a todos los que me habéis hecho sentir en estos 30 años. Amor, dolor, odio,..., eso da igual. Gracias por formar parte de mi vida de alguna forma y por influir en mi personalidad. Estoy orgulloso de ser la clase de hombre que soy. El componente genético está ahí, pero el ambiente, las relaciones humanas, las experiencias personales, influyen en nuestros futuros comportamientos. Sé que tengo muchos defectos. Soy cabezota, orgulloso, actúo más con el corazón que con la cabeza a veces, y en momentos de discusión me enajeno y digo cosas de las que me arrepiento al rato y que me hacen más daño a mí mismo que a la persona a la que van dirigidas. Pero la bondad es parte fundamental de mi ser y espero tener muchos años por delante para poder seguir puliendo esos defectillos.

Si como Calderón de la Barca dijo, la vida es sueño, no quiero despertar.

Vivir puede doler, pero matadme si no siento.

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